Cómo hacer un Chumel: la receta para fallar con éxito en la comedia política
Es 2012, Enrique Peña Nieto acaba de encerrarse en los baños de la Universidad Iberoamericana luego de un acto de campaña que le salió mal y peor; es 2012, y #YoSoy132 se forma y se suma a movimientos estudiantiles que nunca han dejado de estar activos en universidades públicas. Es 2012, y poco después de una elección plagada de los mismos delitos de siempre, el mismo candidato que se tuvo que encerrar en un baño toma protesta y, en un “detrás de cámaras” para redes sociales, casi tira la banda presidencial. Es 2012, y El Pulso de la República lanza su primer episodio.
Hace diez años, EPdR se presentó como otra propuesta (no novedosa, sólo otra) en la comedia política mexicana. Fue de los primeros proyectos que buscaron crear una narrativa no sólo diferente sino en franca oposición a la que se ofrecía en televisión, radio y medios tradicionales, acostumbrados a sketches o chistes sanitizados para no afectar la línea editorial (y política) del medio. A la cabeza del proyecto, tanto frente a la cámara como en la creación del contenido estaba Chumel Torres, quien encontró en Twitter su nicho y a quien le sirvió EPdR para construirse todo un personaje con incidencia política.
A muy grandes rasgos, EPdR buscaba ser una mezcla entre los programas de comedia política como The Daily Show (cuando John Stewart estaba a cargo del programa), The Colbert Report y la sección “Weekend Update”, un sketch semanal de Saturday Night Live: Una evidente parodia de programas de noticias, donde se utiliza la comedia para, más que “dar la noticia”, ponerla en contexto irónico y, a través de éste, hacer una crítica a políticxs y personajes públicos.
El problema, para Chumel y para EPdR, es que no entienden cómo los equipos de escritorxs y lxs mismos presentadores construyen la comedia política que lxs ha lanzado a la fama, así como tampoco son capaces de comprender las diferencias culturales, políticas e ideológicas que hacen que ese tipo de programas funcionen tanto comedia como crítica política en los Estados Unidos, pero, más específicamente, en la audiencia de clase media con tendencias demócratas en los Estados Unidos.
[Nota al pie: Un problema profundo de muchos de estos programas es la comedia inútil y acrítica, la campaña electoral y la presidencia de Trump fueron la evidencia y prueba de que, más que cuestionar el statu quo, muchos de estos programas buscaban retomarlo, lo que se puede leer en este artículo]
Sin embargo, a pesar de lo terrible de la comedia, de lo nulo del “análisis político” y de la falta de investigación básica (que sí hacen sus “maestros” Oliver o Stewart), EPdR es un programa exitoso dentro de los parámetros de YouTube y Chumel Torres es tendencia en redes sociales al menos una vez a la semana. La respuesta más común a este éxito es que no hay una audiencia crítica que exija mejores contenidos, pero me atrevo a hacer la crítica opuesta: EPdR y Chumel Torres son justo lo que se esperaría de una sociedad misógina, clasista y transfóbica, y una clase política cómoda frente a las críticas inútiles.
El éxito de EPdR y la habilidad de Torres para estar constantemente en el ojo público es, principalmente, la razón de este análisis: cómo es que un producto tan mediocre y una celebridad tan poco creativa está todo el tiempo fracasando con éxito — un pésimo calco mío de “failing up”, frase verbal en inglés para quienes, como Donald Trump o Roberto Palazuelos, fracasan en todos sus proyectos pero logran salir triunfantes. Por entre los chistes misóginos y transfóbicos, por entre las críticas ancladas en el racismo rampante de Torres y sus escritores se replican prácticas de opresión que están siendo vendidas (y consumidas) como “rebeldía”, “contracultura” y “crítica”.
Como han apuntado múltiples críticos culturales estadounidenses, la comedia ha sido usada una y otra vez como un vehículo de normalización del discurso de odio y agendas políticas de la extrema derecha: los memes y la risa tienen la capacidad de, al mismo tiempo, des y repolitizar un mensaje que, dicho en tono serio, revelaría la agenda real de estos grupos. Torres y los escritores de EPdR se valen de esos mismos procesos de (des/re) politización que permiten replicar estos discursos de opresión y negar que eso es, en realidad, lo que están diciendo.
Pero, ¿cómo es que Torres construye su comedia, cómo es que podemos decir que normaliza el discurso de odio? Es necesario, entonces, analizar su contenido, su personaje en redes y cómo es que Chumel y EPdR logran, siempre, fracasar con éxito.
Chumel, el personaje de Twitter
La idea base de este texto nació en enero del 2020, tras la pifia del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación) cuando organizó una mesa de debate sobre el racismo en México con un título terrible y, entre lxs invitadxs, estaba Chumel Torres. Se escribió mucho en su momento respecto a la cadena de errores que iniciaron con la organización de ese foro y terminó con la renuncia de la presidenta del Conapred, y quizá uno de los mejores texto sea el que escribió Luis Reséndiz para Este País; en él, revisa los comentarios racistas que una y otra vez ha usado Torres, tanto en su cuenta personal de Twitter como en EPdR, pero también contextualiza la actitud de Torres, la torpeza del Conapred y el contexto político en el que Torres se estaba configurando, desde el 2018, como una “oposición” al proyecto de gobierno de López Obrador.
Tal como escribe Reséndiz, lo que menos importa en toda esta discusión, y en el análisis del racismo y politización de Chumel, es él mismo: como persona es tan poco trascendente como cualquiera de nosotrxs y poco importa que crea firmemente en todo lo que dice en EPdR o si su cuenta de Twitter es un personaje que no lo representa fehacientemente. Lo que de verdad importa es el impacto que tienen sus comentarios en redes: lo que normaliza o lo que populariza con un tuit sarcástico.
Actualmente (escribo esto al arranque de julio de 2022), Torres tiene 3.4 millones de seguidores en Twitter y en esta red es donde una semana y la siguiente también, se vuelve tendencia por algún tuit, un meme o un chiste de EPdR ofensivo. La forma como opera el algoritmo de Twitter y la necesidad de esta plataforma de incentivar discusiones le han servido para estar siempre en la atención del público, especialmente desde la campaña presidencial de 2017–18.
Ya sea que comparta un meme anti-4T, cite un tuit con alguna burla o directamente se mofe de disidencias sexuales o grupos vulnerables (o, como ocurrió con Tabasco y Yucatán, de estados enteros a partir de prejuicios de los años 70), Torres se ha convertido en un personaje recurrente en la plataforma de microblogging, y es ese personaje el que hay que revisar con cuidado: pues sus tuits en no pocas ocasiones se han convertido en campañas de odio y de acoso selectivo.
Debido a las dinámicas actuales de los medios digitales, lo que publican en sus redes personajes como Chumel rápidamente se convierte en contenido para sitios de noticias. Como escribía en este artículo, la lógica del click de los medios digitales puede ser explotada por influencers y políticos para normalizar su presencia en medios nacionales: Editores y jefes de información saben que las audiencias cautivas de personajes como él (o como la pareja que gobierna Nuevo León) asegura visitas a sus sitios e interacciones en sus redes sociales.
Ya sea que haga una crítica a AMLO, se burle de estados completos o de las identidades sexogenéricas de personas menores de edad, si el tuit o el fragmento de EPdR tiene suficiente alcance, se convertirá en una nota de un medio local o nacional sin el menor reparo por dar contexto o verificar la información (o la agenda) que tienen esas publicaciones.
Reséndiz hace un gran trabajo en su texto para reunir las expresiones más abiertamente racistas de Torres y cómo muchas de estas tienen una agenda política clara: la crítica desde el racismo hacia López Obrador, el movimiento político que encabeza y los personajes que lo apoyan.
Sin embargo, lo que pasó con el acoso y doxxeo a Andra, una persona no binaria menor de edad, escaló al grado que colocó el quiebre emocional y mental de une adolescente (que, hay que recordar, fue grabade sin su consentimiento) en noticieros nacionales, medios internacionales y desató una “cobertura” que duró tres meses y, de vez en cuando, medios como Excélsior, Cultura Colectiva o El Heraldo de México recuperan sus notas o hacen seguimiento de qué ha pasado con elle. En el Quote RT de Chumel (que borró a los pocos días), se burla de la crisis de Andra y del lenguaje inclusivo: “Cálmese mije. Estamos chupande tranquiles”.
Los tuits con mayor alcance de Torres son, justamente, aquellos con los que se burla de grupos vulnerables y en los que “critica” el gobierno de AMLO. En la relación tóxica (para la conversación política nacional) que tiene esta “Oposición” con López Obrador, este último, a través de la sección de la Mañanera “Quién es quién de las mentiras”, ha colocado en al menos tres ocasiones tuits y Quote RTs de Chumel. Esto ha terminado de cristalizar su figura como una “voz autorizada” o “válida” para discutir temas políticos y, como pasa en México con lxs columnistas, de cualquier otro tema. Así, los chistes y los memes con los que se burla de personas morenas, grupos LGBT+, feministas y comunidades indígenas también reciben ese trato no de un “comediante” o de un tuitero mediocre, sino de un personaje que “sabe de qué habla”.
Que programas como EPdR tengan diez años de presencia en redes sociales es impactante… hasta cierto punto: el programa en YouTube no hubiera podido mantenerse sin la figura de Chumel Torres, su presentador y, según él, director creativo. Torres ha sabido mantener su presencia en redes en todo momento por la polémica: desde los primeros videos del Pulso ha criticado a la izquierda (tanto la partidista como la ideológica), a López Obrador y a quienes lo apoyan, a quienes ha convertido en caricaturas raci-clasistas que tienen relación más con bots y cuentas falsas en Twitter que personas reales.
En entrevista con Roberto Martínez, Torres decía que, en 2012, cuando comenzó la planeación del EPdR, buscaba crear un personaje como el de Stephen Colbert para The Colbert Report: una caricatura del presentador de noticias de derecha (misógino, antiLGBT, cuadrado y sin capacidad para escuchar la más mínima crítica a su forma de entender el mundo), pero que “la gente se lo tomó muy en serio” y no entendieron el chiste. Sin embargo, como señala Kuypin en su video ensayo de Chumel, no hay distancia real (ni ideológica ni política) entre el personaje de EPdR y el personaje que Torres ha construido en sus redes sociales: ambos necesitan de una audiencia igual de misógina y racista que él para que los “chistes” funcionen, ambos tienen un mapa político-ideológico perfectamente delimitado y sólo cuando se le reclama o critica sobre su propio trabajo es que recurre a la “distancia” entre el personaje y la persona real.
Entonces, ¿cómo es que EPdR construye sus chistes, su análisis político y cómo es que el producto de múltiples plagios puede ser un programa exitoso?
El Pulso de la República, o como plagiar tu camino al éxito
EPdR, a diferencia de otros programas de YouTube, no tiene una estructura consistente: hay una especie de “monólogo introductorio”, secciones que van y vienen con nombres que responden a la coyuntura del momento (algo que plagió directamente de TDS y de The Late Show with Stephen Colbert), un apartado de “noticias breves” y sketches donde Torres, las más de las veces se viste de mujer — y ese es todo el chiste — o hace una muy poco trabajada parodia de López Obrador.
A través de entrevistas y participaciones en “debates”, Torres ha señalado cuáles son sus principales inspiraciones para EPdR y el “personaje” que dice dirige el programa. Como mencionaba al principio de este ensayo, él enlista a comediantes estadounidenses como John Stewart, John Oliver y Stephen Colbert y a agresores sexuales, como Louis C.K.; ha mencionado también a programas como South Park, pero esos “maestros” no se ven en EPdR si no es como plagios: en la entrevista con Roberto Martínez, incluso comenta que hay frases “que le vuelan la cabeza” que, directamente, plagia y utiliza sin reparo en EPdR. Sin embargo, es más evidente lo que el mismo Chumel comentaba en el “debate” que organizó RacismoMX tras la pifia del CONAPRED: los verdaderos “maestros” de EPdR son Jorge Ortiz de Pinedo, Adal Ramones y La Parodia. Vamos, primero, con los plagios.
Como escribía en la introducción, la fascinación de Torres por los comediantes de late shows y de comedia política de Estados Unidos es evidente, y tiene razón en admirarlos: la “escuela” formada por John Stewart cuando tomó las riendas de The Daily Show a mediados del 2001, es rica y diversa, a lo largo de más de 15 años al frente del programa de Comedy Central, Stewart se convirtió en una celebridad crítica, primero, a la administración de George W. Bush y la guerra en Irak y Afganistán, y luego fue un férreo crítico de cómo los medios como CNN y Fox News dañaban el debate político y el derecho a la información de los estadounidenses.
Stephen Colbert, John Oliver, Trevor Noah, Samantha Bee, Hassan Minaj, todxs fueron “corresponsales” de TDS en épocas de Stewart y han tenido programas exitosos que (descontando a Colbert) primero son análisis críticos y, luego, shows de comedia política. El trabajo impecable del equipo de escritores de Oliver ha ganado en siete ocasiones consecutivas el Emmy a mejor talk show/programa de variedades, y en no pocas ocasiones las investigaciones que transmiten cada semana entre chistes tienen efectos reales en los procesos legislativos o judiciales. El mismo Stewart, una vez que dejó la conducción de TDS, se dedicó de lleno al activismo político, y hasta este 2022, regresó a la creación de contenido: un podcast que recuerda que, quizá, su mejor momento quedó atrás.
Vaya, quizá hay pocos modelos a seguir tan buenos para un show de comedia y análisis como The Daily Show, sin embargo pareciera que para Chumel Torres y para todo el proyecto de EPdR, el trabajo político y de análisis de Stewart se queda en frases y chistes. En los programas de EPdR y el stand-up que hiciera para las elecciones del 2018 logré localizar, al menos, dos calcos de estructuras cómicas de John Oliver y Stephen Colbert sin nada de la crítica profunda, el análisis y el trabajo detrás: sólo chistes que caen planos.
Actualmente, estos programas de “comedia” política constantemente se preguntan el papel que realizan y si tienen un efecto negativo en la discusión pública de derechos para grupos vulnerables: en un ejercicio crítico profundo, Last Week Tonight dedicó un episodio completo a las agresiones masivas nacidas en lo que nosotrxs llamamos “trenes del mame”, hizo una revisión del caso más emblemático (por cuánto fallaron los medios) y entrevistó a Monica Lewinski, de quien Chumel Torres hace chistes hasta ahora.
Torres y todo el equipo de hombres cisgénero que conforman su mesa de escritores, al contrario de quienes llama sus “maestros”, construye todos los chistes de EPdR siempre “golpeando hacia abajo”: el patrón de comedia de EPdR es, de hecho, bastante sencillo y con ver un par de programas se vuelve monótono y previsible.
Torres presenta una noticia con una brevísima explicación tomada de algún medio, y cierra el comentario de esa nota de coyuntura con un chiste: éstos, como escribía con anterioridad, dependen de que su audiencia sea igual de misógina, clasista, racista y lgtfóbica como él y sus escritores, pues todo el chiste depende, justamente, de prejuicios anclados en discurso de odio.
Ya sea un comentario sobre el cuerpo de una mujer o el color de piel de una persona racializada, la expresión libre de personas homosexuales o la mera existencia de personas trans y no binarias, eso es el chiste, pues compara una situación política, el fallo de algún personaje público o la pifia de alguien con eso: la discriminación, así, queda recontextualizada como un chiste y se repolitiza, ya no sólo es un “hecho de vida”, sino algo de risa y, por tanto, señalar estos actos se torna ridículo, ¿cómo te vas a enojar de un chiste?
En el Pulso, la comedia violentadora reemplaza cualquier esfuerzo por generar una crítica seria, y el equipo completo de Torres lo sabe y creen resolver los señalamientos de racismo, clasismo, lgbtfobia y misoginia “adelantándose” a éstas. Tanto en el programa de radio como en EPdR, se ríen de antemano de que van a ser llamados clasistas o racistas ya sea con las herramientas de los sketches (con un humor rancio anclado en el racismo) o con burlas entre ellos.
[Nota al pie: Este tipo de ‘defensa’ a las críticas se conoce en la crítica de medios como “lamp-shading” y se podría resumir en la creencia de que al reconocer la violencia de un chiste o de un personaje ya se está haciendo una crítica a la violencia sistémica en la que se ancla el chiste o el argumento. Se puede leer a mayor profundidad esto en este artículo.]
Este ejercicio de lamp-shading es mucho más claro en el stand-up que hiciera Torres para las elecciones del 2018. Si bien hace tres años ya estaban clara su postura política e ideológica (y tenía seis años convirtiéndola en el mismo chiste), lo que trabajó con su equipo para un show de hora y media está muy alejado, conceptual y retóricamente, de los programas de EPdR.
El stand-up repite mucho de lo que ya se ha señalado: plagios, discurso de odio, racismo y clasismo, chistes que dependen de una audiencia igual de prejuiciosa y nulo análisis político. Pero al obligar a Torres y su equipo a hablar por más de la media hora que duran tanto su programa de radio como los programas de EPdR, dejó abierta una ventana a través de la que se pudo ver, con claridad, lo que creen que pueden decir y lo que no.
La gramática de un chiste: Chumel, Conapred y Marichuy
La elección presidencial del 2018 fue una de muchos ‘primeros’: el primer candidato independiente en llegar a la boleta, la primera elección en la que un partido que se dice de izquierda ganó la Presidencia, la primera vez en la democracia mexicana contemporánea en la que un solo partido arrasó en estados considerados “enclaves” de grupos conservadores o priístas… Pero también fue diferente porque fue la primera vez que organizaciones indígenas, agrupadas en el Consejo Nacional Indígena, construyeron una protesta activa desde las instituciones democráticas que, por 500 años, han ignorado sus voces.
María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, fue nombrada en 2017 vocera del Concejo Indígena de Gobierno, y junto con el nombramiento, arrancó una campaña de recolección de firmas a nivel nacional para asegurar la candidatura independiente. Aunque no se lograron reunir las firmas necesarias para que llegara a la boleta, el movimiento (apoyado por el EZLN y grupos activistas de todo el país) atrajo la atención de medios nacionales e internacionales y, como era de esperarse, hizo reaparecer todo el racismo y misoginia que la misma candidatura de Marichuy denunciaba.
En “Cuna de Votos”, el stand-up del 2018, Torres hace un listado de todos los candidatos independientes que trataron de colarse en la boleta presidencial: desde “El Bronco” hasta Armando Ríos Piter, Pedro Ferriz de Con y, finalmente, menciona a Marichuy. Para no sacar de contexto el “chiste”, lo pongo completo aquí:
Este video fue, repito, en 2018, dos años antes de que el mismo Conapred invitara a Chumel. Gracias al trabajo de Alexandra Haas Paciuc y su equipo durante su administración (2015–2019), la dependencia cobró una presencia importante en redes sociales, al grado de que se convirtió en un mame parecido al reclamo de lo “políticamente correcto” y anterior a la “cancelación”.
Torres ya había tenido roces con Conapred para 2018, por lo que usarlo en este chiste específico lo configura como un guiño (dog-whistle) para su audiencia antiderechos, pero también en un argumento usado hasta el cansancio por comediantes y “analistas”: lo “políticamente correcto ya no permite que se hagan chistes de nada”. En este fragmento, Chumel literalmente está siendo silenciado por lo que él veía (de nuevo, en 2018) como una autoridad todopoderosa capaz de censurarlo.
En el apartado anterior hablaba de lamp-shading, y este “chiste” justamente requiere regresar a ese punto: Torres está diciendo (sin decirlo explícitamente) que no tiene nada qué decir sobre la candidatura de Marichuy, sobre el CNI o sobre la lucha zapatista sin ser racista… pero, al mismo tiempo, también está recurriendo al tropo explotado hasta el cansancio de que “no se puede” decir nada sobre grupos vulnerables sin ser leído como racista o, en este caso específico, discriminador.
Pero, ¿por qué digo que Chumel necesita una audiencia igualmente racista y clasista para que su comedia funcione?: El chiste, aquí, es, al mismo tiempo, la amenaza de censura y la imposibilidad de ejercer su “libertad de expresión”. Triunfante luego de la risa general a su “censura”, Torres se aplaude a sí mismo el “chiste” y aconseja a quienes lo ven (tanto en la presentación en vivo como en YouTube) que “así es como se evitan notas” de Buzzfeed y Reforma: el golpe de su chiste es que ante la imposibilidad de decir “lo que quiere decir”, es mejor no decir nada no como el refrán de las abuelas, sino como un “acto de protesta”.
En esto, Chumel está abrevando de lo que ya para 2018 era una ecología consolidada de comentadores y comediantes de extrema derecha: desde Ben Shapiro y Jordan Peterson, hasta Steven Crowder y Donald Trump. La derecha fascista en los Estados Unidos no cobró popularidad como un grupo violento y con creencias al mismo tiempo ridículas y peligrosas, sino que se fue normalizando a través de la comedia y los memes: éstos podían “no decir” en voz alta todo el discurso de odio que, desde los años 60 se fue aislando (más no se fue del todo). Oculto detrás de la “defensa de la libertad de expresión”, estos colectivos, comentaristas y grupos reaccionarios buscaban “defender su derecho” a discriminar abiertamente, a violentar y a retirar derechos ganados tras décadas de lucha social. La comedia fascista actual, como la han analizado Some More News y el youtuber José, ha tenido que mutar y adaptarse a un mundo en el que, al mismo tiempo, Trump es un personaje repudiado y los valores de la ultra-derecha están tan introyectados en la conversación política que la comedia que hacían en 2018 ya no sólo no es eficiente, sino que es el discurso “oficial” de los grupos a los que les hacían guiños.
No se necesita todo ese contexto estadounidense para entender lo que Chumel está haciendo con la “censura” del Conapred, pues desde hace más de 30 años existe esa idea generalizada de que hay una “imposición generalizada” de lo “políticamente correcto”. Y, desde hace 30 años, ha sido el material constante de comediantes flojos y de personajes turbios para atraer a jóvenes a discursos radicalizantes.
Torres y todo su equipo de escritores ha cambiado en los últimos cuatro años, sin embargo, dado que el contexto político mexicano está en otro escenario completamente diferente al estadounidense, no saben ya a quién plagiar ni de dónde tomar los discursos críticos del gobierno actual. Sus chistes, a cuatro años de “Cuna de votos” se reducen a un par de comentarios clasistas sobre las discusiones en redes sociales (sus personajes de lxs “chairxs” morenistas), misoginia y transfobia.
La comedia mexicana ha sido objeto de críticas sobre la parquedad de sus contenidos desde que Chespirito estaba en su punto más alto: la filiación política e ideológica de Cantinflas o de la “India María”, de los Polivoces o de la “Escuelita” de Jorge Ortiz de Pinedo. La “crisis” de la comedia mexicana no es tal, sino un reflejo de un problema sistémico: quienes tienen el micrófono en la mano, hoy y siempre, no han sido capaces de entender por qué se les señala como replicadorxs de discurso de odio; pero, específicamente, por qué ya no vamos a seguir soportando esta comedia que golpea hacia abajo.
Conclusión: Tontos (in)útiles
Desde 2012 que arrancó EPdR, todo el proyecto ha dejado en claro qué piensan de López Obrador, pero más específicamente, qué piensan del cambio social que significó su llegada a la presidencia. En entrevistas, Torres ha dicho que sigue la máxima de Stewart de “ser duro con las ideas”, pero falla en cada programa en diferenciar entre las políticas gubernamentales y los ataques personales.
Los roces entre Torres y miembros de Morena han existido desde hace diez años, pero esto ha ido escalando conforme las conferencias mañaneras del presidente se fueron convirtiendo en ataques a la prensa y espacios para replicar desinformación: Torres y López Obrador se necesitan mutuamente para alimentar un discurso acrítico y apático, que se entretiene señalando falsedades obvias y críticas raciclasistas. Cada mención de Chumel en la mañanera no debería de ser visto como un logro de EPdR o de la “piel delgadita” de AMLO, sino de la buena operación de un sistema de performance político.
Quiero aclarar aquí: no estoy diciendo que haya una “colaboración” voluntariosa y consciente, ni que se trate de una colusión con juntas y saludos secretos. Es una simbiosis que, en el mejor de los casos, es inconsciente, en el peor, es buscada activamente para aumentar reproducciones e interacciones en redes de parte de EPdR, mientras que, para el equipo de López Obrador (coordinado por su vocero, Jesús Ramírez Cuevas), podría ser un comentario de que la 4T sí está poniendo atención a las críticas de “la Oposición”, aunque estén basadas en información que califican como “falsa” sin ninguna evidencia ni transparencia.
Con todo y su cinismo, con todo y lo transparente de la agenda de Torres, él y su equipo son sólo un primer estadio en un proceso de radicalización a la extrema derecha que comienza, en el caso específico de México y América Latina, con una crítica raci-clasista a un gobierno con alta representatividad popular. Sin embargo, si algo se ha aprendido de lo que está ocurriendo en Estados Unidos y Europa, a veces sólo se necesita un paso para darle el poder a fascistas.