La verdadera crisis de los medios son los medios mismos

Precarización laboral, discurso de odio y pandemia: cómo los medios han alimentado su propia “crisis”

Raúl Cruz Villanueva
15 min readJan 25, 2022

Hay varias formas de acercarse a la crítica de medios: o todos los medios son aparatos del Estado y el statu quo que construyen y replican discursos homogenizantes que cancelan la crítica y la resistencia al sistema, o son empresas que, como parte del sistema capitalista, sólo tienen como meta conseguir dinero; finalmente, está la que no he dejado de escuchar desde que trabajo en medios: hay una crisis profunda en las redacciones, ya no “se hace periodismo de verdad” y las notas clickeras han arruinado una profesión “útil para la sociedad”. La cosa es que, como siempre, no es tan sencillo como una sola respuesta, las tres críticas tienen aciertos, pero las tres fallan en siquiera tomar en cuenta la complejidad de los problemas.

Hace poco más de dos años, cuando me despidieron (o sea, me avisaron que “no renovarían mi contrato” para evitar pagarme liquidación) de Plumas Atómicas, me tomó casi medio año procesar todo lo que había ocurrido y todo lo que estaba cambiando en los medios digitales, especialmente en los “pequeños” y “críticos” como había sido alguna vez PA, y de todo lo que pensé y de todo lo que me dolió la salida de esa redacción, logré escribir este texto.

Entonces, me enfoqué en lo que lxs dueñxs pueden hacerle a un medio, en las jerarquías dentro de una redacción que se normalizan y los abusos que éstas solapan y justifican. Dos años después, y luego de trabajar en/para otros medios, sigue presente mi señalamiento a dueñxs y directorxs, pero también llego a la conclusión de que es un problema sistémico que responde no sólo a individuos en puestos de autoridad sino a todo un sistema que está construido para no cambiar.

Crónica de la desinformación anunciada: los fallos en la cobertura COVID

Utilizaré dos temas como ejemplos de cómo la organización y producción de contenido de los medios se han convertido en un problema tanto para la integridad de su público como para la lucha por los derechos humanos de grupos vulnerados: la pandemia de COVID-19 y la lucha por los derechos LGBT+.

[Nota al pie: También colocaría en esta categoría cómo se cubren los temas policiacos, la guerra que ya no es guerra contra el narco y la violencia, pero para eso, creo, hay mucho mejores trabajos: Los cárteles no existen, de Oswaldo Zavala, y Policing the Planet, de Camp y Heatherton, son dos libros brillantes para iniciar]

Estos temas, también, son casos límites para definir qué entendemos por medios en la actualidad: ¿son esa labor decimonónica de “confrontar al poder”; son herramientas útiles para la ciudadanía; son entretenimiento; son difusores de discursos o agentes políticos? El problema, otra vez, es que los medios quieren ser todo al mismo tiempo y nos perdemos en definiciones, pero, más apremiantemente, no estamos hablando de lo mismo al hablar de medios.

Desde que se declaró la pandemia, el 11 de marzo del 2020, lo que ha ocurrido en los medios (tanto nativo digitales como “tradicionales”) mexicanos ha sido un juego doble: seguir produciendo contenido “como siempre”, y construir notas de utilidad apegadas a las siempre cambiantes condiciones de las plataformas de distribución (o sea, Facebook y Google). Esto ha significado que están en constante lucha entre sostener el número de visitas y lectores y no ser penalizados por generar contenido que malinforme a las audiencias o que pueda ser etiquetado como “desinformación”.

A lo largo de este texto, usaré dos términos: desinformación y misinformación (estoy calcando del inglés, ya que no hay una traducción “generalizada” del término ‘misinformation’): el último se refiere a campañas de medios o en redes sociales que activamente buscan generar narrativas falaces o abiertamente falsas con una intención política específica, mientras que el segundo se trata de información también falaz o falsa que se replica sin dolo y sin agenda. En muchas ocasiones, una campaña de misinformación puede convertirse en una ola de desinformación (véase, por ejemplo, las falacias de grupos antiaborto); a veces pasa lo contrario y campañas desinformativas se convierten en agendas políticas claras una vez que son retomados por agentes específicos. Esta distinción es muy importante, pues determina la intencionalidad de la información falsa, se puede leer a mayor profundidad sobre esto aquí.

Los principales medios (o, bueno, al menos la gran mayoría de ellos) no han lanzado campañas de misinformación activa — como lo hiciera en EE.UU. Fox News — , pero han caído una y otra vez en replicar información falaz o sesgada que tuvo efectos reales en la vida diaria de sus lectores: desde las compras de pánico de hidroxicloroquina e ivermectina hasta la confusión de meses sobre el uso del cubrebocas, o la “aparición” de supuestas “mezclas de variantes”, para lo que incluso la OMS tuvo que salir a pedirles a los medios evitar ese tipo de contenido (algo que reportaron como si se tratara de un regaño a alguien más que no conocían). Es muy importante señalar que querer dar información no veraz no es lo mismo que dar esa misma información porque no se tienen los filtros editoriales necesarios, el problema, justamente, son los filtros editoriales y cómo se han conformado los medios, específicamente los medios digitales en la actualidad.

Cómo (en realidad) funciona una redacción digital y por qué los problemas empiezan ahí

Hay mucha, pero de verdad muchísima distancia entre cómo se cree que opera una redacción, cómo debería operar y cómo, en realidad, produce contenido. Idealmente, los medios deberían de tener equipos editoriales especializados: reporteros, redactores y editores que trabajan secciones específicas porque “es su área” de experiencia; todavía hoy, medios como Reforma funcionan (más o menos) con esa estructura que replica la de los medios impresos.

Este tipo de organización por “células” de trabajo es efectiva para medios impresos porque, justamente, permite que quienes tienen mejor conocimiento y mejores contactos en los temas escriban de esos mismos temas, lo que reduce errores básicos y permite (en teoría) que el trabajo sea más efectivo y oportuno. Medios internacionales que se han volcado a lo digital, como el New York Times, el Washington Post, The Guardian y nativos digitales, como Vox, tienen todavía este tipo de redacción que trata de mantener los estándares periodísticos y éticos de sus pares impresos. Lamentablemente, este tipo de organización es “cara”, y algunos otros medios, como VICE o la extinta Buzzfeed News, recurren a una organización diferente: free-lancers que generan el contenido especializado, lo que abre la puerta, también, a muchos problemas de precarización laboral. Ese tipo de organización tiene una limitante clara: la cantidad de contenido que se produce al día. A menos que se tengan redacciones enormes (como las del NYT, con oficinas por todo el mundo), no se puede producir el contenido que se necesita para tener un “modelo de negocio” viable para un medio digital. Y sí, ahí es donde empiezan los problemas.

[Nota al pie: Los “legacy media”, como se les conoce en EEUU a estos medios de más de un siglo de antigüedad, están pasando también por cambios profundos en su organización laboral, que incluye la creación de más y mejores sindicatos, más poder de decisión de lxs trabajadorxs en la línea editorial y mejores condiciones de vida para las posiciones menos privilegiadas.]

La gran mayoría de las redacciones digitales son, en realidad, unxs cuantxs redactorxs produciendo todo tipo de contenido sin parar y sin tiempo para revisar, corroborar o confirmar ninguna información más que un par de notas elaboradas por otros medios en las mismas condiciones. Unx redactorx puede arrancar su mañana haciendo una nota sobre el último tráiler de Marvel, seguir con una nota de un feminicidio, la mañanera o una guía para encontrar el centro de vacunación más cercano: cada unx (dependiendo del medio y sus necesidades) hace, en promedio, entre 6 y hasta 20 notas diarias. Con el tiempo contado y la presión de la siguiente nota, hay muy poco espacio para investigar la veracidad de las notas que se están produciendo, eso sin contar que la mayoría de lxs redactorxs son, en realidad, puestos pensados para personas que acaban de terminar su “carrera de Comunicación o afines”, por lo general reciben un pago ofensivo y no tienen ninguna otra formación ni capacitación más que “cómo hacer un buen SEO”.

La responsabilidad de la asignación de notas, o de la aprobación de éstas, recae entonces en editorxs y coordinadorxs: éstos, en realidad, no editan las notas, sino que tienen una voz en el camino que la estrategia de contenidos del medio y ésta, la más de las veces, se determina directamente por el número de visitas. Cuántas notas de TikTok, de COVID, cuántas de nota roja o de noticias locales (que, generalmente, significa “fuera de la CDMX”)… La producción es tanta que lxs editorxs no tienen tiempo, tampoco, para editar y, más bien, van tratando de guiar, dentro de lo que cabe, la estrategia de contenidos y mantener lo más alto posible el contador diario de visitas/clicks.

Los grandes medios, desde Infobae hasta Milenio, El Universal, El Heraldo de México o El Financiero, son, en realidad, granjas de contenido que, en ocasiones, tienen equipos de reporteros “de renombre” para producir investigaciones originales o columnistas que, cada otra semana, publican cualquier tontería para salir del apuro. La cantidad de contenido y la calidad de éste están directamente relacionados, más en tiempo de incertidumbre.

Más que operar como medios de información, estos agregadores/granjas de contenido funcionan como agencias de marketing digital: el posicionamiento en Google, la tasa de interacciones en redes sociales y la optimización SEO tienen prioridad sobre el contenido: incluso reglas básicas, como mencionar de dónde se está tomando la información, se dejan de hacer porque “impacta negativamente” el posicionamiento.

El avance de la ciencia es lento y su lenguaje, generalmente, choca directamente con la urgencia de certezas de la sociedad, ésta última es la que explotaron estos medios en los últimos dos años: estudios y ensayos preliminares que todavía no eran corroborados por pares ya estaban siendo convertidos en notas con titulares escandalosos; dudas específicas del origen del virus fueron armamentadas como teorías de la conspiración por grupos ultranacionalistas gracias a notas que no proveían contexto ni explicación alguna.

El proceso de creación de contenidos en los medios actuales va a la misma velocidad que los trenes del mame en redes, y rebasa por mucho lo que ocurre en organismos internacionales y en el consenso científico: basta tener a una persona que dude de la eficacia de las vacunas en una redacción de cuarenta para que la nota sobre casos extraordinarios de trombosis sean convertidos en “El efecto secundario de la vacuna COVID que debes de conocer”; basta tener a una persona que duda que la identidad de las personas trans y nb es digna de respeto para que haya toda una cobertura de notas de pánico moral.

Entre la exigencia de clicks, la velocidad y voracidad de las plataformas que distribuyen el contenido de los medios y los sesgos propios de quienes seleccionan, asignan y redactan las notas, poco queda para hablar de cuidado editorial, de estrategias de corroboración o de mecanismos de defensa de los lectores y consumidores de medios. Además, claro, que no hay interés, urgencia ni presión para que los medios tomen medidas restaurativas en caso de replicar información falaz, propagar discurso de odio o, en el caso de una cadena mediática específica, buscar alterar artificialmente la opinión pública a través de campañas y coberturas específicas.

El rage-click como género mediático: el caso de las personas no binarias y el lenguaje inclusivo

Entonces: tenemos medios con poco personal, mal capacitado, con cabezas editoriales que no tienen poder editorial real y con presión constante para sostener e incrementar mes con mes el tráfico al sitio. Cada medio tendrá una estrategia diferente para lograrlo: una cuota designada de ciertos temas, una estrategia de distribución compleja en redes sociales o reposteos del talento de pantalla o columnas de opinión de figuras “controversiales”… Estas estrategias tienen que estar pensadas siempre a través de la línea editorial de cada medio, pero en la época de la sobre-producción de contenido, es cada vez menos visible. Hablemos, entonces, de cómo el odio, el rechazo y los pánicos morales venden, y venden muy bien.

Hoy, ninguna granja de contenido como las que mencioné vive solamente de sus notas de noticias “duras”: ni las mañaneras, ni la nota roja ni el “qué autos no circulan hoy” generan el tráfico que les permita ser redituables. Cada vez más, los medios se vuelcan a las notas “virales”, al contenido suave, de entretenimiento y consejos de vida. No es raro ver que El Financiero tenga notas sobre cómo quitar las manchas de un tupper, o los horóscopos en Milenio (claro, en su vertical de espectáculos y entretenimiento), además de las notas de Lords y Ladies que, aunque ya cada vez más aisladas, siguen generando olas de clicks de burla y acoso selectivo. Ahora, TikTok y Twitter se han convertido en las fuentes de contenido editorial: perritos bailando, consejos de vida y trends de maquillaje se mezclan con pánicos morales que recuerdan más a “Pokemon es satánico” de principios de los 2000 que a “La caída de Édgar” de 2008.

El pánico moral de TikTok, que comenzó en el lejano 2018 con los “retos” falsos como Momo o la “Ballena azul”, es un fenómeno que ya ha sido estudiado a cabalidad por expertxs en el tema: observatorios como Media Matters y académicxs que siguen de cerca estas tendencias mediáticas han reportado cómo lo que estamos viendo hoy con los “retos” está completamente alejado de la realidad, pero atrae la atención (y los ojos y los clicks) de millones de personas lo suficientemente alejadas de esa red social como para que esas “noticias” sean consideradas ciertas y, por tanto, dignas de preocupación. Sin embargo, el descubrimiento de esta “veta de clicks” no llegó como (otra) copia de pánicos morales estadounidenses, sino con un caso de acoso selectivo y hostigamiento contra una persona no binaria menor de edad: Andra.

Antes de los últimos días de agosto de 2021, tanto “TikTok” como “lenguaje inclusivo” y “no binario” eran temas poco tratados en medios digitales: alguna nota sobre un reto viral, sobre la crisis internacional que envolvió a la administración Trump con China por la app, algo que dijo la RAE (otra vez) sobre el uso de la “e” como inclusiva o la salida pública de Demi Lovato o Sam Smith como personas no binarias. El video (grabado sin consentimiento) del reclamo de Andra sobre el respeto a su identidad se viralizó el 29 de agosto, y entre ese día y el 31, se publicaron 220 notas en Facebook de diversos medios.

Número total de publicaciones que, desde el 29 de agosto del 2021 hasta el 3 de septiembre se hicieron en las páginas de Facebook de medios mexicanos que incluían “compañere”. Fuente: CrowdTangle

Importó muy poco que Andra fuera une menor de edad, que fuera grabade sin su consentimiento, que “celebridades” como Chumel Torres y otros trolles digitales hayan iniciado una campaña de acoso selectivo y doxxeo en su contra, los medios se fueron de largo contra elle: todo era válido y cada oportunidad daba espacio para más contenido. Las burlas de una piñatería famosa, las respuestas en TikTok, el bloqueo de su cuenta, otra vez la RAE… sin embargo, todo se redujo a tres “bajadas”, que quedaron resumidas en los tres posteos más efectivos (en cuanto al nivel de interacciones) durante los tres meses que duró “vivo” el tema:

Publicaciones con mayor interacción en los tres meses de duración de la “cobertura” del caso de Andra. Fuente: CrowdTangle

Con esta “cobertura”, el tema de las identidades no binarias saltó a la discusión pública de la peor manera para las personas nb, y Andra fue tokenizade por los medios como una metonimia de todas las personas no binarias: fue invitade a podcast, se le entrevistó en varios medios que tenían un claro sesgo nbfóbico, su condición de víctima de una campaña de acoso se olvidó por completo y dio lugar a uno de objeto de burla en el que nadie (redactorxs, editorxs, medios en general) se preguntó por la integridad y la salud mental de una persona menor de edad que vivió en unos pocos días la violencia digital que muches no podríamos imaginar.

Incluso cuando hubo medios que quisieron hacer notas “informativas” sobre qué significa lo “no binario” o qué es el “lenguaje inclusivo”, se hicieron a partir del acoso y la violencia contra, de nuevo, una persona nb menor de edad. En Google, las búsquedas de estos términos vino de la mano de “compañere”, el término de burla que se hizo sinónimo tanto de Andra como de las identidades no binarias, y esta relación quedó tan profunda que en búsquedas todavía se pueden encontrar notas que relacionan los tres elementos.

Búsquedas en Google de los términos relacionados con el caso de Andra: el pico de búsquedas corresponde con la viralización y “cobertura” que se hizo del acoso. Fuente: Google Trends

Estas notas, y las que han salido sobre las personas no binarias, temas LGBT+ y de protestas feministas se podrían considerar como “hate-click”, el tipo de publicaciones y notas que buscan generar enojo en lxs lectores y usuarixs de redes sociales para generar interacciones y visitas al sitio. Estos posteos se valen del discurso de odio y prejuicios cristalizados en la sociedad y en el discurso público: la siguiente ola sobre el lenguaje inclusivo en medios, fueron las reacciones de profesores en clases en línea amenazando con sacar a sus estudiantes que utilicen el lenguaje inclusivo, y (de nuevo) lo que la RAE tenía que decir sobre una decisión política en el lenguaje. A ninguna de esas redacciones les importa, en realidad, el efecto que esto pueda tener en la discusión pública, pues se basan en los peores instintos de esa discusión para impulsar su contenido.

Cada que los medios cubren con sesgos tan claros temas LGBT+ (y, en general, de derechos humanos), se exigen cursos y capacitaciones, talleres de sensibilización y criterios editoriales como último recurso para que frene ese tipo de contenido; pero, como ya he escrito, la forma como trabajan los medios digitales, cómo se forman los equipos y cuáles son las metas de éstos hacen que ningún curso ni ningún criterio editorial pueda contrarrestar una inercia tan asentada.

Entonces, ¿se pueden cambiar los medios?

El discurso de que “hay una crisis en los medios de comunicación” es tan vieja como los medios mismos: desde comienzos del siglo XIX han habido escritores que se quejan de “la situación de la prensa” en sus países y se crean y desintegran redacciones que proponen una “nueva forma de hacer periodismo” frente a un organismo anquilosado y dinosáurico que poco puede ofrecer ante los cambios modernos. José Martí, Oscar Wilde y las fundadoras de Las Hijas del Anáhuac insistían en la urgencia de replantear los caminos de la prensa, pues “no aguantarán mucho más de seguir así”… Y doscientos años después pareciera que la discusión no ha avanzado nada.

El contenido “ligero” y “clickero” o “amarillista” ha existido, también, desde los comienzos de la prensa: vaya, las campañas de misinformación han resultado tan efectivas que todavía creemos en la figura de María Antonieta como una mujer hipersexualizada que dijo “que coman pastel”, a pesar de que está muy lejos la figura histórica de lo que crearon los pasquines. Lo que ha cambiado es que, con la migración definitiva del impreso a lo digital, las plataformas de distribución son las que determinan el éxito de los medios, no la calidad ni la capacidad de equipos y líneas editoriales: ese contenido “ de relleno” se ha convertido en el cuerpo principal de los medios y, ante la hiper-medición, pocas agendas y líneas editoriales sobreviven.

La “crisis en los medios” es más una excusa que una explicación de lo que pasa en ellos: la explotación laboral de sus equipos de trabajo y el desconocimiento profundo de las posibilidades y potencialidad de las plataforma de distribución por las cabezas editoriales y empresariales se conjugan en la producción de contenido de pésima calidad que se va replicando de medio en medio. Los redactores creen que apenas empiezan en una carrera profesional, pero son vistos como recursos desechables, que se gastan rápido y que no vale la pena gastar ni tiempo ni recursos en su formación, y esto se convierte en una especie de profecía autocumplida: las personas que entran en esas posiciones o son jóvenes recién salidxs de la carrera, o gente con amplia experiencia pero que fue despedida de medios, está urgidx de trabajo y sabe cuáles son las condiciones laborales que vienen.

Cada vez más, como me ha escrito en múltiples ocasiones Ophelia Pastrana, la oportunidad está en los medios digitales independientes y en la creación de contenido ajena a estos procesos. Medios como Manatí y Lado B, en Puebla; Río Doce, en Ciudad Juárez; Altavoz, en Chihuahua, están dando un ejemplo claro de resistencias y propuestas alternas al ecosistema de medios digital; cada vez se crean más podcast que cubren muy diversos nichos de audiencias que son desestimados por los medios, y blogs, vlogs y hasta creadores en TikTok y YouTube han confrontado de forma directa el quehacer periodístico de formas efectivas. Esto, claro, no puede sostenerse para siempre, menos cuando mucho de este contenido se realiza como una actividad secundaria y sin ingreso económico.

La verdadera “crisis de los medios” fue la modificación absoluta de su modelo de negocio y de distribución de contenidos: los cambios que generaron tanto Google como Facebook en la forma como se deben producir y distribuir los contenidos, “obligó” a los medios a incrementar exponencialmente sus contenidos, lo que ha llevado a la (más) constante y agresiva precarización del trabajo editorial y, con ello, a una carrera hacia abajo en la calidad periodística.

Hoy, es imposible hablar de mejorar la calidad de los medios sin hablar de mejorar las condiciones laborales de quienes los producen y generan su contenido; es imposible hablar de mejorar los medios sin cabezas y directivxs que incluyan todas las voces, pero que también tengan poder editorial real; es imposible hablar de mejorar los medios sin que éstos se pregunten, a cabalidad y honestamente, si lo que están haciendo, hoy, vale la pena para alguien más que sus accionistas.

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