¿Por qué los medios ‘se deben’ a sus lectores y no a sus trabajadores?

Una lectura desde la experiencia docente

Raúl Cruz Villanueva
5 min readJan 3, 2020

Por alguna razón que seguramente desenterraré en terapia en algún momento, sólo he tenido dos tipos de trabajos: la docencia y el periodismo digital; ambos son ejercicios que requieren un doble compromiso para realizarlos y tienen bien planteados en sí mismos que hay una especie de código de ética (a veces tácito, a veces escrito por el departamento de Recursos Humanos) que obliga a entregar todo por el empleo, pues éste es parte de algo mucho más grande.

Ya con tres años de experiencia en una redacción, entiendo cada vez más que sí hay una relación profunda entre la docencia y el periodismo que va más allá de la tradición decimonónica (de las dos profesiones) de “iluminar” a las masas para lograr progresar como sociedad: así como la educación, ahora, se trata de facilitar las herramientas para que sean los mismos alumnos los que construyan el conocimiento; el periodismo tiene que entenderse a sí como una herramienta de y no para la sociedad.

Por otro lado, este deber ético y hasta político con el trabajo sirve, también, para invisibilizar la precariedad laboral: las contantes violaciones a nuestros derechos laborales, las exigencias, las horas extras sin pago, la vulnerabilidad constante y los salarios precarios son considerados “parte de la chamba”, y no hacer esos “sacrificios”, dicen los jefes sin decirlo, es no tener la suficiente vocación o “pedir demasiado”.

Cuando entré a trabajar en Plumas Atómicas, en octubre de 2016, mi única experiencia en medios electrónicos fueron un par de publicaciones en varios portales. No sabía ni de las chingas diarias, del ritmo de trabajo, de lo increíble (que también es) y lo de terrible (que sin duda es) el periodismo digital.

Luego de tres años, dos y medio editando y dirigiendo el medio entre órdenes de más arriba de cambiar de rumbo sin claridad o comunicación plena, aprendí mucho y me llevo lo que mejor hicimos cuando éramos equipo: poner en jaque a la UNAM con múltiples investigaciones sobre violencia de género, la cobertura y fact checking durante la crisis del sismo del 2017, el seguimiento de la Caravana Migrante en octubre del 2018.

Cuando te entregas a un sitio que consideras tuyo, que crees con todo tu ser que está hecho por el esfuerzo de todo tu equipo, poco importan las jornadas de 12 o 15 horas, la dirección sin mucho sentido de los superiores, que no tuvieras ninguna prestación ni los pagos irregulares (por quién nos depositaba, no por tiempos): sabes que estás haciendo algo bien cuando extraños reconocen tu trabajo, te felicitan por él y sabes directamente que lo que haces está cambiando la vida de un par de personas.

Un reto constante en un medio es tratar de humanizar: humanizar las historias, lograr que lxs lectorxs empaticen con las víctimas, entender que los lectores no son los trolles que siempre atacan en redes; pero también, cuando se está en una posición gerencial (porque, en organigrama, un editor tiene mucho de gerente), también es necesario recordarle a los superiores que lxs redactorxs son humanos, que se desgastan, que tienen ritmos de trabajo inhumanos, pagas terribles, que se levantan a las 4 de la mañana para llegar a trabajar a las 8. Me enorgullece (creer que) logró mucho de lo primero, pero nunca supe si entendieron mis ex-jefes lo último.

Cuando laboras en un medio que, desde su creación y a través de la dirección de múltiples personas, ha mantenido una bandera progresista, pro-derechos y, en general, combativa, tienes una obligación con los lectores de mantenerla y no traicionarles: denunciar lo que debe ser denunciado, sustentar siempre, investigar, comprobar, refutar aún cuando parece en contrasentido. Lo mismo buscas hacer con la convivencia de los equipos: acuerdos horizontales, una agenda que se nutre de las experiencias de una mesa diversa y que no teme dar su postura frente a (entonces mis) decisiones editoriales; y lo mismo esperas que ocurra con el “consejo editorial” que decide, por encima de ti y tu equipo, la vida y supervivencia de tu medio.

Las burlas a las denuncias del #MeToo, la falta de seguimiento a éstas y los esquemas muy turbios de pagos (siempre a tiempo eso sí), se mezclaron con un discurso activista y de izquierda que no hacía otra cosa más que confundir a la redacción: mientras el jefe hacía chistes misóginos, el “director de RRHH” insistía con las redactoras que tenían “todas las herramientas” para hablar de lo que les incomodara. El nepotismo y la exigencia nunca acorde a su sueldo mísero, los oídos sordos y las vueltas a mis reclamos con quienes estaban arriba mío se mezclaban con aplausos por coberturas bien hechas por un equipo bien coordinado y que trabajaba a todo lo que podía con lo poco que tenía.

No puedo decir que estas condiciones perduraron los tres años que estuve, sería mentir. Pero sí fue lo normal durante todo el 2019, cuando una promesa de un espacio televisivo cambió rotundamente la dinámica de trabajo y las relaciones del equipo. Tampoco entraré en comentarios personales, porque están fuera de cualquier reflexión o catarsis (y éste no es el espacio para ello).

Un día, justo uno después de que mis dos jefxs inmediatxs me felicitaron a mí y a mi equipo por lograr objetivos, coberturas y por trazar planes sólidos para el futuro de Plumas, se me “informó” que mi contrato no se renovaría en diciembre (estábamos iniciando octubre), por lo que “me daban permiso” para buscar otro empleo, me pedían no informarle a mi equipo y “me agradecían”.

Me quedó claro, una vez recuperado del shock, que no me despedirían para no pagar lo correspondiente a la ley, que mi renuncia sin mucho ruido era lo que esperaban porque nunca fui un empleado problemático. Y sí, eso fue lo que pasó.

A ciencia cierta, no sé muy bien por qué escribo esto más que por catarsis, una que necesito y que sé que tenía que hacer eventualmente, porque no sé hacer otra cosa mejor más que pensar, escribir y editar.

Sé, también, que otras formas de organización de trabajo son posibles porque las estoy conociendo en mi (ya no tan nuevo) trabajo. Sé que si algo vale la pena todavía en Plumas Atómicas son sus redactoras, sus realizadoras, sus reporteras.

Sé que sus superiores no están al nivel de lo que es el medio, de lo que construimos como colectivo (aunque el nosotrxs ya no exista). Sé que siempre tendrá un espacio en mi corazón y le tendré cariño a lo que aprendí, a quienes conocí y admiro y con quienes crecí y sé que están leyendo esto.

Finalmente, los medios no sólo nos debemos a los lectorxs: nos debemos a nosotrxs, nos debemos entre nosotrxs, somos nosotrxs

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